Ha sido una semana intensa de jai-alai. He visto más quinielas seguidas que nunca y he disfrutado como no podía imaginar. Será porque se acaba y dentro de una semana cerrará sus puertas el palacio de Dania Jai-Alai, lo que queda de él.
Me gustaría que fuera un final, no el final. No es lo mismo. Quién hubiera sospechado hace 40 años lo que se avecinaba. Nadie. Ni la mente más retorcida hubiera imaginado lo que hemos conocido. El efecto dominó.
El futuro es en gran medida, no lo que pasará, sino lo que se hará. Está por construir. Queda la modalidad, sus fortalezas. Gente dispuesta a trabajar. A intentar que este deporte no solo sobreviva, sino que lo haga en base a nuevos cimientos. Un ecosistema se pone a prueba cuando sufre un ataque, un bosque que se quema cuando vuelve a regenerarse, con nueva flora y fauna.
Es el momento de mirar hacia adelante. Costará pero no queda otro remedio. Si hay que arar con estos bueyes, se ara. El reto es inmenso, pero la necesidad mayor.
He vivido una semana intensa y espero que la que queda no sea menos. Han aflorado a mi memoria muchos recuerdos. Conversaciones con otros compañeros y amigos, intercambio de opiniones, afinidades y choques. Todo va en el mismo paquete. Ha habido momentos en los que la nostalgia me ha traicionado. La nostalgia es que como el ego, la guilladera, que decimos en el gremio. Una pequeña dosis es aceptable. Dejarse llevar por ella, puede resultar patético.
Siempre he pensado que la amistad es no haber visto una persona en años, incluso décadas, y conversar como si te hubieras visto la semana anterior.
El jai-alai, entre muchas otras cosas, es, juntarte con pelotaris 40 años más jóvenes que tú, y charlar con ellos como si pertenecieras a la misma generación. Es el efecto vestuario. Existe una mentalidad colectiva, un modelo de pensamiento que se ha labrado en más de cien años de deambular por esos mundos. Una seña de identidad.
Me ha conmovido el ver pelotaris veteranos que conducen por una autopista infernal, una hora de ida y otro de vuelta, para sentarse en solitario en su butaca y no perder detalle del juego, como el más ávido de los apostadores. Semana tras semana.
Aficionados americanos que te saludan y te transportan a unos tiempos que tú los tenías enterrados. La veneración con la que hablan del jai-alai y sus protagonistas. Los Steve, Jeff , Lou, David… una lista interminable.
Hoy domingo, iré al Jai-Alai, veré jugar y disfrutar con unos pelotaris que están demostrando, dadas las circunstancias, una entrega ejemplar.
Después de la función, nos juntaremos en Miami en un restaurante cerca de la centena, entre pelotaris, familiares y amigos, y me sentiré orgulloso de pertenecer a este colectivo.