Otra sabrosa crónica de Juan de Urumea (Paco Turrillas) en la revista CANCHA. Esta vez habla de Jaime Blenner, pelotari de gran fama como singlista. Recuerdo al entrañable Jose Ignacio Elola –este fin de semana empieza la segunda edición de su Memorial– hablar de su paisano con veneración; la fama de Blenner en el mano a mano era unánime. No tenía noticia de que Guillermo y Jaime Blenner se hubieran enfrentado mano a mano. En «Neuk…!», la autobiografía del «Monarca de la pelota» , no hay referencia de ese partido.
Jaime Blenner fue el segundo de la dinastía. Su padre, Manuel Rufo, de apodo «Aleman» (su padre era de origen alemán casado con una vasca), fué un pelotari de finales del siglo XIX y comienzos del XX que anduvo de la ceca a la meca, algo habitual en ésa época. Debutó en Donostia en 1892; inauguró el Euskalduna de Bilbao; Madrid; Barcelona; La Habana; Zaragoza; París… intendente en el «Condal» de Barcelona.
Jaime también tuvo un hermano pelotari, José Luis, después de una actividad de 23 años como profesional, fué asistente de intendente en Miami; intendente en Hartford y en Fort Pierce.
Jaime, uno de los protagonistas de la crónica de «Juan de Urumea», era siete años mayor que Guillermo, debutó en el «Condal» de Barcelona; Mallorca; El Cairo; Alejandria; Zaragoza; Valencia; La Habana; en Brasil varios años; Méjico… Falleció en Barcelona el año 1961.
Ésta es la crónica de CANCHA sobre el enfrentamiento deportivo que tuvieron el de Villabona y el de Ondarroa, que dejan bien claro la fama de Jaime Blenner como singlista.
La pelota vasca ha dado en todo tiempo los tipos más curiosos y originales. Quitando aquellos que solamente brillaron por su juego excepcional, los ha habido también que, además de saber dar a la pelota, en su vida revoltosa dieron constantemente lugar a que periódicos y toda clase de gente hablaran constantemente de ellos.
Guillermo Amuchastegui ha sido quizás, el pelotari que en cualquier fecha y lugar, más dio que hablar. Poseedor de una facultades físicas de asombro, de un temperamento divertido y de una personalidad nada común en el ambiente, Guillermo hizo cada paso, cada movimiento y palabra suyos, fueran siempre vigilados. Existió como pelotari de altura inaccesible don Nicasio Rincónc(«Navarrete»), el que también como zaguero non, también gozó de la vida y reservó para si un numero incalculable de anecdotario pimentoso.
Esos dos hombres –Guillermo y Navarrete– han sido, del decir popular, los dos zagueros más grandes que jamás dio la cesta a punta. Y no hay lugar a dudas que es verdad. Sin embargo, allá olvidado y despreciado, considerado el hombre malo del jai alai, también existe otro zaguero que nadie habla de él, pero que, en cuanto a maestría, ha sido posiblemente muy superior a Guillermo y Navarrete.
Aclarando lo que pudiera dar lugar a dudas y a hacer que mal se interpretara el sentido de las frases, al hablar de Jaime Blenner, el pelotari de que ahora nos ocupamos, no queremos decir que fuera superior como zaguero en lo que respecta a los partidos, sino que fue dueño de un manejo de cesta tan asombrosos y de una cabeza tan inteligente, que hoy todavía nadie podrá saber lo que aquel hombre jugó o pudo jugar a la pelota. En pocas palabras: era tan maestro, que nadie está seguro de que jamás jugó lo que sabía.
Jaime Blenner era y es, puesto que todavía vive, hijo de un alemán residente en Villabona (Gipuzkoa), donde nació el que llegó a ser pelotari. Se dedicó a aprender en el frontón del pueblo, y vaya que si aprendió, pues en cuanto a pelotari, su nombre jamás podrá ser borrado de la lista de los inmortales.
Pero en cuanto más destacó Blenner, fue en las quinielas. Ahí acabó con todo el mundo. Jugando mano a mano, nadie pudo con él. Era tan diestro, que llegó a hacer de su vida profesional toda una antología de cuentos… y verdades.
Además, era cínico. Si había dinero de por medio, acababa con todo el cuadro. Esto es, si alguien le ofrecía sabrosa propina —estamos hablando de la pelota en la modalidad de quinielas–, la victoria era para él. Blenner jugó durante muchos años en el Brasil, donde en sus frontones solamente se disputaban quinielas. En Brasil también era costumbre ofrecer boletos a los pelotaris. El apostador se acercaba a la red, y daba un puñado de tales papelitos al pelotari. Esa era la llamada propina, e incentivo que hacía que cada quien echara el resto por ganar.
Blenner ganaba las quinielas que quería. Ahora bien, era tan cínico que no faltan los que afirman que el día que no le ofrecían boletos, ni se movía. La quinielas, en pleno desarrollo, estaba a punto de terminarse. Blenner se apoyaba contra la red y cuando alguien le gritaba que se moviera e hiciera por ganar, contestaba con todo el descaro de mundo:
«¡Para que el pájaro cante, hay que poner alpiste»!
De pronto, alguien le metía por la red un montón de boletos. Blenner entraba en su turno y, uno tras otro, hacía todos los tantos.
Puso en tal tela de juicio su moralidad, que no faltan tampoco aquellos que afirman que muchas veces esperó a que la combinación, el pelotari que entraría con él en sus boletos, marcara color en el tablero, y entonces, al tocarle su turno, se encargara él solito –Blenner– de irse derechito a la meta y, naturalmente, a las taquillas.
Blenner jugó mano a mano contra Guillermo en el Frontón México. Es el momento en que el «Monarca» estaba en la plenitud de su vida pelotística. Los pusieron uno contra el otro. Y Guillermo, salió por delante, hasta hacer cuatro o cinco tantos.
Como Amuchastegui en pleno partido creyera que la victoria no podía escapársele, en un descanso, en voz alta mandó a un amigo que le jugara quinientos pesos a su favor. Blenner, que estaba a su lado refrescándose en el rebote, le oyó. Y le picó el amor propio. Acercándose a su rival, le dijo con toda seguridad y suficiencia:
«No presumas, Guillermo, que este cuento no ha acabado. Y escúchame bien: vas a hacer un solo tanto más».
Y, efectivamente, Guillermo no hizo más que un solo tanto de los que tenía cuando mandó a su amigo que le apostara 500 pesos. Ese tanto también fue precisamente el último que le tocaba jugar a Blenner…
Le dijo el de Villabona al de Ondarroa que no haría más que un solo cartón, y ahí sí cumplió su palabra.
Este es uno de los muchos tipos populares que ha dado la pelota vasca. Blenner fue uno de ellos. Mal visto hoy por sus mismos compañeros. Quizás, personificando la indecencia en el jai alai.