¿Qué ha pasado con la música de Pink Floyd? No la escucho por ninguna parte, ni en la radio, ni en la televisión. Tendré que buscar en Youtube a ver si encuentro algo. Es como si con el pasado de uno hubiera desaparecido todo vestigio de aquella música deliciosa que hizo furor allá por la década de los setenta. ¿Acaso existió aquel grupo o es producto de mi imaginación?
Fuimos a casa de una chica que se llamaba Anita y era cajera en un Publix (supermercado). Eramos tres o cuatro los pelotaris, los de siempre, los que andábamos más o menos juntos, porque a America íbamos solos pero al poco tiempo hacías tu cuadrilla, tus amigos. Problabemente éramos Aramayo II, Eusebio, Joakin, tal vez la Lechuga Elorrio… el que estoy casi seguro de que integrara el grupo era Matías, un mallorquín simpático, el ligón del cuadro. Todo un personaje Matias el mallorquín, de juego modesto pero con gracia dentro y fuera de la cancha, saltaba por la pared izquierda y a mí eso del saltar me daba envidia porque a la gente le entusiasmaba y a las chicas también.
Nada más cruzar la puerta de entrada, a los pocos segundos, me quedé como narcotizado por la música que procedía de la parte alta de la casa. Nunca, a mis diecisiete años había escuchado una música celestial, porque ese fue el impacto que sentí, aquella música que descendía del cielo de la casa o del universo era un regalo para mis oídos. Supe más tarde que aquella música pertenecía a un grupo británico llamado Pink Floyd, rock sinfónico le llamaban a aquella música, probablemente me informó de ello Jesús Orbea, Orbea III, un pelotari que entendía mucho de aquel tema y que coleccionaba LPs como quien colecciona sellos, Jesús sabia una barbaridad sobre el tema.
A los diecisiete años todo es descubrir, te ves envuelto en una serie de ritos de iniciación. Bien deportivamente, de convivencia, de amores o de sexo, cultivo de nuevas amistades, consumo de bebidas o de comidas y de música, por poner unos ejemplos. Cuando eres joven participas de cierta música, tienes unos gustos. Entonces todo era nuevo, un descubrimiento, qué maravilla. De repente te adentrabas en un planeta por descubrir y te dabas de bruces con una novedad tras otra como aquella experiencia en casa de Anita, la cajera del Publix, que nos abrió la puerta de su casa o del cielo y yo descubrí a Pink Floy y su música que me alegró aquel día y muchos más.
Han pasado bastantes años, no me atrevo a decir muchos, concretamente treinta y siete, hacía unos meses que yo había pisado tierra americana por primera, atrás quedaron Las Ramblas de Barcelona, otro mundo, otro música. Hay imágenes que se quedan grabadas a fuego, no sé por qué. Una de ellas fue aquella en casa de Anita, la cajera del Publix, en la entrada de la casa, a unos metros. No pasamos más que unos pocos minutos, los suficientes, el embrujo fue fulminante. Más tarde, me lo diría Jesús Orbea, aquella pieza celestial pertenecía a un álbum creo recordar titulado I wish you where here (deseo estuvieras aquí). Y yo estaba allí con mis amigos, con Aramayo, Elorrio, Eusebio y Matías y quién sabe quién más estaba allí y qué demonios hacíamos en aquel casa, la de Anita,la cajera del publix, un designio divino tal vez.
Tal vez fue aquella temporada, no, sería la siguiente. Pink Floyd ofreció un concierto en el Tampa Stadium. Qué fue aquello. Yo creo que fui uno de los primeros en comprar la entrada, meses antes o semanas. También vinieron varios pelotaris de Miami, recuerdo que vinieron mi hermano Jesus, Katxin Uriarte, el Alcalde Garamendi y varios más. Fue un domingo, el día que descansábamos, el recinto estaba lleno hasta la bandera, 30 o 40 mil personas, tal vez muchas más. Qué más da. Aquello era como un regalo, a dream come true, al lado de casa de Anita. Estabamos al aire libre, menos mal, los tragos y el aroma de la hierba y el fervor colectivo hacía que te sintieras como en un templo donde miles devotos se habían reunido para rendir tributo a aquella banda que acababa de hacer sonar los primeros compases.
El concerto fue magnifico, apoteósico. Dos horas de música sinfónica, (información de Jesus Orbea sobre el tipo de música. I wish you where here; Money, The other side of the moon; the Wall… teachers leave these kids alone… Una vez finalizado el concerto recuerdo las palabras del Alcalde Garamendi: «después de esto no me importaría morirme». A mí tampoco pero no no nos morimos, más bien resucitamos y volvimos a nuestros quehaceres con nuestra música y con nuestras historias.
No se qué fue de aquella música, de aquel grupo, no la escucho en ninguna parte. Tendré que indagar. No, mejor no. Mejor dejarlo tal cual. Con el recuerdo de aquella escena en casa de Anita, la cajera del Publix, con mis amigos, con Matías el mallorquín, el ligón del cuadro porque saltaba por la pared izquierda y a mi me daba tremenda envidia por que aquello gustaba al público y a las chicas.