Enciendo un puro: un Vegueros. Un puro cubano fabricado a mano en Pinar del Río. Es un puro corto y de buen tiro. Nada que ver con esos puritos que la gente fuma como si fueran cigarrillos. Mientras me fumo el puro voy a escribir un guión. Al menos las líneas maestras de lo que va a ser una novela potente o bien el guión de una película, un thriller. La ofreceré a Medem o a Scorcese. Al mejor postor.
Si no la quieren, publicaré la novela y me haré famoso. Seguro que se venden como churros. Más ahora que las novelas policíacas están tan de moda. La mía será una historia auténtica. Una de esas que empiezas a leer y engancha desde la primera línea y no la puedes soltar hasta que le acabas.
La acción arranca a mediados de los años setenta, en Tampa, Florida. La World Jai Alai, compañía a la que pertenezco, pasa de las manos de la familia Berenson a las de un grupo inversor de Boston. En adelante, en lugar de negociar, es un decir, con Buddy Berenson, nuestro interlocutor es John Callahan. Un bostoniano de origen irlandés. Un hombre campechano. Un personaje capaz de congeniar a las primeras de cambio con los pelotaris. Un tipo atlético que se atrevió a desafiar a un pulso a alguien como Juan Astobiltze, el pelotari más fuerte del cuadro, curtido en sus años mozos en pruebas rurales como las gizon-proba o empujando las moles de piedra que arrastraban los bueyes.
Sí, esa sería la primera escena de la novela o película. Los dos, Astobiltze y Callahan, en los vestuarios del frontón, luchando a brazo partido, desafiantes las miradas, las venas del cuello a punto de reventar. Un pulso que parece durar una eternidad. Los pelotaris jaleando a su compañero. Callahan, acostumbrado a estas lides en los tabernas de los bajos fondos de Boston, haciendo un esfuerzo descomunal. Tras varios minutos de impasse, el antebrazo de Astobiltze derrota al de Callahan. Los pelotaris estallan en júbilo. Callahan, en un gesto que le honra, levanta el brazo de Juan. Aplausos y silbidos.
La industria del jai-alai atraviesa un momento dulce en Florida. Las apuestas van a más, y el grupo de Callahan quiere expandir el jai-alai a otro estado, a Connecticut, cerca de la ciudad de Nueva York, no muy lejos de Boston. Pero hay un problema. Ellia Grasso, la gobernadora del Estado, ordena una investigación antes de conceder las licencias pertinentes. La policía detecta de que John Callahan tiene vínculos con la mafia irlandesa de Boston, con la banda de Winter Hill, cuyo capo es Whitey Bulger.
Callahan era un contable de mucho prestigio. Especialista en en comprar empresas en apuros y volver a venderlas una vez saneadas. El doctor Jeckyl de día se transformaba de noche en Mister Hyde. Le encantaba alternar en los bajos fondos de Boston, substituía el traje y la corbata por la chupa de cuero. Entonaba canciones irlandesas revolucionarias y se emborrachaba con los mafiosos.
World Jai Alai, con Callahan a la cabeza, necesitaba desesperadamente un empresario limpio. Alguien que no despertara sospecha alguna y allanara el camino para expandir el jai-alai en Hartford. A través del Banco de Boston contacta Callahan con Roger Wheeler, originario de Boston pero que vive en Tulsa, Ocklahoma, y es dueño, entre otras, de una empresa de tecnología avanzada.
Se consolida la operación. En adelante, Roger Wheeler es amo y señor de World Jai Alai, propietaria de los frontones de Miami, Fort Pierce, Ocala y Hartford.
Una de las cláusulas de la compra venta señala que John Callahan seguirá gestionando la compañía, quien deberá rendir cuentas a Wheeler.
Wheeler está de acuerdo, le conviene. Teme que la mafia italiana se entrometa en un negocio tan lucrativo como es el jai-alai. La ciudad de Nueva York está a un paso de Hartford, Ct. Callahan sabrá como contenerlos.
John Callahan se entrevista con Whitie Bulger, el jefe de la banda de Winter Hill. Un hombre con un pasado tenebroso. En su años mozos, acusado de extorsiones y de atraco a mano armada había cumplido sentencia de ocho de prisión, una de las cárceles por las que pasó fue la de Alcatraz. Más tarde sirvió en el ejército de donde fue expulsado por conducta violenta. Bulger, un psicópata, un hombre capaz de enterrar en cal viva a sus adversarios, de estrangularlos con sus propias manos.
Callahan acude a Bulger buscando protección y éste se la garantiza a cambio de una buena mordida. Él y sus secuaces se llevarán los ingresos que generen el parking y las cantinas del frontón. Callahan acepta.
Hartford Jai Alai abre sus puertas y es un éxito de público y de apuestas. El dinero se mueve a espuertas. El jai-alai, en palabras de Wheeler, es una máquina de hacer dinero.
No pasan muchos meses para que Wheeler ordene una auditoría. Algo no marcha bien, sus sospechas van en aumento.
Pero, un momento… Volvamos a Boston. A la oficina del FBI. El por entonces jefe del FBI, Hoover, pone en marcha un programa para luchar contra la Mafia. Para ello necesitan de testigos protegidos. Personajes vinculados a la mafia que hagan el papel de delatores a cambio de inmunidad, pueden seguir con sus trabajos ilegales siempre que no pasen a mayores. El FBI capta a Bulger a través de otro personaje siniestro, Paul Rico, uno de los agentes principales del FBI en la oficina de Boston. En lo sucesivo, Bulger se comunicará con Rico.
Cuando Wheeler se hece cargo de World Jai Alai, por ese tiempo, Paul Rico, junto a otros agentes también de la oficina de Boston, como Franck Duffin o Richard Gerrity, se jubila y encuentran un retiro dorado en el sol de la Florida, en Miami, lejos de los crudos inviernos de Nueva Inglaterra, de su Boston natal. Pal Rico se coloca como jefe de seguridad en el frontón de Miami. Franck Duffin también entra en el organigrama. Gerrity lo hará en Tampa. Callahan necesita de hombres curtidos, cortafuegos para frenar cualquier intromisión de otras mafias.
John Callahan teme que la auditoría que quiere poner en marcha Roger Wheeler desvele lo que estaba ocurriendo, la manipulación de la contabilidad para desviar dinero de la compañía a los bolsillos propios y a los de la banda de Winter Hil.
Los perjudicados de la inminente auditoría. Callahan, Winter Hill y, el propio Paul Rico metido de lleno en la trama, deciden que hay que acabar con la vida de Roger Wheeler.
Callahan, en una noche loca de las suyas, a altas horas de la madrugada. Sugiere a un tal Halloran, un gángster de poca monta, el encargo de asesinar a Wheeler. Éste se niega.
Finalmente, el trabajo se lo encargan a uno de los lugartenientes de Whitie Bulger, a Johnny Martorano. Sicario profesional, hombre de absoluta confianza del jefe, de Whitie Bulger.
Martorano viaja a Tulsa, Oklahoma, junto a un cómplice que le dará cobertura. Llevan información privilegiada facilitada por Paul Rico, quien a través de su posición como ex del FBI, tiene acceso de los movimientos del por entonces dueño de World Jai Alai.
La idea era una vez quitado de en medio Wheeler, negociar la compra de la compañía con la viuda. Paul Rico llevaría las riendas de la negociación.
Martorano acaba con la vida de Roger Wheeler en el parking de un club de golf. Wheeler tenía 52 años.
Poco tiempo después, la policíaa detiene a Halloran, quien había recibido el encargo de cargarse a Wheeler. La policía lo suelta bajo libertad provisional a cambio de colaboración. Nada más pisar la calle, a los pocos días. Bulger y otro socio suyo, Steven Flemmi, ametrallan desde un auto a Halloran a la salida de un supermercado.
Mike Huff, jefe de detectives de la policía de Tulsa, un auténtico sabueso, lleva meses investigando el caso Wheeler. Entabla una estrecha relación con la viuda e hijos del magnate, y lo toma como algo personal el dar con los asesinos. Tras desechar varias pistas que no le llevan a ninguna parte, contacta con la policía estatal de Boston, dispuesta a colaborar al contrario que la oficina del FBI. La sospecha que Callahan está detrás del asesinato de Wheeler cobra cada vez más fuerza. La banda de Winter Hill y su socio de Miami empiezan a ponerse nerviosos. Contactan con Martorano quien vive en la clandestinidad lejos de Boston, en Fort Laudardale, Florida.
Bulger insta a Martorano a viajar a Nueva York. En la entrevista Bulger le comunica que es conveniente deshacerse de Callahan. Es un flojo, a las primeras de cambio, en el primer interrogatorio, cantará, sostiene Bulger. Martorano se niega a matar a su amigo. Al final, Bulger consigue convencer a Martorano que es un mal menor liquidar a Callahan. De lo contrario todos ellos pueden acabar en la silla eléctrica. Esto último acaba por convencer a Martorano, a regañadientes pero acepta el trabajo.
Callahan acostumbraba a viajar a Miami cada dos semanas par hacer un seguimiento del negocio, del jai-alai. Martorano era el encargado de esperarle en el aeropuerto de Fort Laudardale y llevarlo a Plant Station, donde Callahan disponía de un condominio de lujo.
Aquel fin de semana sería el último viaje para Callahan. Martorano le esperó como acostumbraba en el aeropuerto. Mientras Callahan tomaba asiento y Martorano colocaba la bolsa de viaje en el maletero. El hombre de confianza de Bulger, el sicario que llevaba más de una docena de víctimas a lo largo de su carrera, disparó dos tiros en la nuca a Callahan, presidente de World Jai Alai. Introdujo el cadáver en el maletero y dejó el auto abandonado en el parking del aeropuerto. Pasaron tres días para que la pocía se percatara de la presencia del coche abandonado con el cadáver de John Callahan dentro.
Pasaron los años y Martorano fue detenido. En prisión supo que Bulger había sido confidente del FBI durante décadas. Ante la inminente cadena perpetua que le venía encima, negoció con el fiscal una pena de prisión de quince años. Cantó y contó todo lo habido y por haber.
Bulger pasó a la clandestinidad y se convirtió en uno de los fugitivos del país más buscados por la policía. Después de 16 años lo detuvieron en Sacramento, California.
Bulger, fue condenado a dos cadenas perpetuas. La semana pasada, tras un cambio de prisión, de Florida a Virginia, dos reclusos le dieron una paliza brutal. Lo encontraron muerto en su celda.
Han pasado 35 minutos. Le doy la última calada al veguero. El guión, las líneas maestras están listas. Queda mandar por fax a Medem y a Scorcese. Al mejor postor. Misión cumplida.