Eran vascos; somos vascos

Hace unos días, releyendo el prólogo de “Neuk”…! escrito  por Turrillas, libro  sobre la vida de Guillermo Amutxastegi quien el pasado 28 de septiembre hubiera cumplido 100 años. Me llamó la atención la opinión que vierte el escritor sobre el carácter tímido de los vascos, pelotaris incluidos, motivo por el cual no hayan dejado constancia de sus andanzas por esos mundos.

Personalmente pienso que no es sólo un problema de timidez, sino más bien una forma de ser interiorizada, enraizada en un complejo de inferioridad consecuencia de proceder de un entorno rural además de pertenecer a un País pequeño con una cultura minoritaria sometida a la influencia de culturas dominantes como la española y la francesa. Situación  que condicionó el carácter de muchos vascos y sigue, en cierta medida, condicionando.

Veamos lo que argumenta Turrillas para después tomarme la licencia de exponer mi punto de vista.

Para Turrillas: “La historia de la pelota se halla dispersa en trabajos de carácter  periodístico y sería muy difícil perfilarlo debidamente a causa de que las grandes figuras del deporte vasco apenas si dejaron una pocas anécdotas, bastante adulteradas de tanto repetidas por el tiempo (…)

(…) Dijo Tirso de Molina que el vasco es corto en palabras, pero en hechos largo. Lo que acaso ignoró Tirso de Molina es que la cortedad en palabras le viene al vasco posiblemente como consecuencia de un complejo de timidez. Porque el vasco es un hombre más bien corto y tímido (…)

“Esta circunstancia motivó el que los pelotaris de otras épocas, como las de la  presente, nunca consideraran meritorio ni excepcional sus vidas, particular o deportivamente consideradas. No abrieron la boca, porque estimaban que nada tenían que decir.(…)

(…) Entre los vascos esparcidos por el mundo abundan tipos muy originales y novelescos; marinos que han recorrido todos los océanos y no escribieron ni cartas a la familia; pelotaris ya olvidados, que viven de zapateros en Salónica y Alejandría; campesinos que han muerto de rajás en Turquía, con todo  y  harem, sin que jamás en sus pueblos de origen tuvieran noticias de ellos; Iparragirre recorrió medio mundo con una guitarra al  hombro expulsado de España y Francia y dejando nada más que canciones y deudas; Juan Sebastián Elcano fue el primero en dar la vuelta a la esfera terrestre y no se enteró hasta que le dijeron. Eran vascos”. (Turrillas)

Y yo digo, esa timidez a la que hace referencia Turrillas es incuestionable. Todavía  sigue interiorizada y la evidencia exterior más dramática es el  escaso valor que le damos muchos al uso  habitual de nuestra lengua, como si la lengua vasca fuera algo sin validez  y sin prestigio.

El pasado 3 de octubre entrevistaban en el diario Berria a Roslyn May Frank, lingüista norteamericana de la Universidad de Iowa que aprendió el euskera y es gran conocedora de la realidad cultural vasca. Le pregunta el periodista (lo traduzco). ¿Por qué cree que aquí no se  investiga mucho? “Es una consecuencia del complejo que existe entre los vascos. Nosotros no somos nada. Nuestros antepasados no sabían nada. Eso es lo que dicen… Cuando yo empecé a investigar el por qué. La gente se me reía y me decían: “Pero es así. ¿Qué es el euskera”? Existe un menosprecio, y eso hay que quitarlo”, decía Roslyn May Frank.

Yo creo que la investigadora americana acierta de lleno y explica ese carácter “más bien corto y tímido” al que hace referencia Turrillas y (yo añado: producto de la aculturación). Motivo por el cuál, según éste, el vasco no deje huella. Afortunadamente el complejo de inferioridad, esa tendencia a esconderse, motivada por pertenecer a una cultura minoritaria se ha superado bastante. Incluso, cuanto mayor es el nivel cultural de la persona, se convierte en un motivo de orgullo.

Sin embargo, hace años el vasco que salía de un entorno rural y se adentraba en un mundo desconocido manejando un idioma inservible para ese mundo nuevo, lo tenía que pasar francamente mal, como para abrir el pico. Fuera pelotari o marino.

Recuerdo el caso de un compañero de cuadro que salió muy  joven del caserío para debutar, sin hablar ni papa de castellano. Cuando yo le conocí habían pasado dos décadas desde su debut. Conversando con él era más fácil arrancarle una palabra en swajili que en su lengua materna a pesar de lo mucho que yo insistía. Eso que cada vez que abría la boca Tirso de Molina se removía en su tumba. Él, con toda la naturalidad del mundo, seguía expresándose en un castellano de lo más curioso y sorprendente.

Contaba José Agustín Larrañaga, investigador del jai alai,  en la entrevista que le hice que cuando se juntaban en tertulia semanal en el bar Pitis de Markina, la mayoría ex pelotaris, casi nunca hablaban de pelota. Y eso que algunos como Claudio Barrenechea y Muñoz habían tenido vivencias dignas de ser recogidas y  guardadas para la posteridad. Sencillamente no le daban importancia, no eran conscientes. No dejaron huella y con ellos desapareció un testimonio de la memoria histórica del jai alai.
Pero, ¿para qué?… Eran vascos.

Sobre esta cuestión Larrañaga matiza. «Estoy de acuerdo en que «el vasco es corto y tímido», seguramente porque, como tú dices, nos hemos educado bajo la influencia de otras dos culturas dominantes. Pero tímidos sólo para expresarse, y no para emprender cualquier acción de envergadura (aquí Larrañaga coinicide de lleno con Tirso de Molina). Dentro de los mismos vascos hay también grandes diferencias, por ejemplo: Los ondarrutarras y bermeotarras no son tímidos -hablo en general-, son  más bien extrovertidos, así como la gente de la costa, aunque en menor grado.

Los baserritarras y gente de pueblo, somos más callados o si se quiere más sensibles para no errar en nuestras opiniones, y en consecuencia somos calificados de tímidos.

Los navarros que no hablan euskera, pero son de origen vasco, hablan con soltura el castellano y no he observado que sean tímidos, seguramente porque no se educaron desde su niñez con cultura vasca. Diría que por eso carecen de nuestro complejo.

El caso contrario del vasco es el del andaluz, pues éste por muy «palurdo» que sea, no es nada tímido. ¿Qué factor determina esta diferencia de caracteres?,

En las tertulias del Bar Pitis de Markina, que también mencionas, decía que se hablaba poco de pelota, porque seguramente temían que se les considerase «pesados» como los «abuelitos que cuentan las batallitas de la mili». Pero si se les hacían preguntas de pelota, respondían con agrado», finaliza Larrañaga.

Las matizaciones de Larrañaga son muy interesantes porque avisan de la importancia de no generalizar porque la casuística es variada. Ahora bien, sigo pensando que sí es una característica propia de muchos  vascos «esa timidez». Característica que se aprecia más en el vasco procedente del entorno rural acostumbrado a vivir aislado en soledad.

El vasco universal se ha preocupado no de propagar sus hazañas sino de terminar el trabajo, «get the job done». La fama, la obsesión de protagonizarlo y pasar a la posteridad, queda relegado a un ámbito inapreciable. Sea el caso de un marino como Elcano o de lo ex pelotaris que se juntaban en el bar Pitis de Markina. No es que temiesen que se les considerasen «pesados y de contar batallitas». No, ellos habían cumplido con su obligación de «get the job done», de cumplir con su obligación, la posteridad y cosas como esas carecían de importancia.

Pero, ¿para qué?… Eran vascos, somos vascos..

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