Día del Carmen en Markina-Xemein

La radio es una compañera fantástica cuando viajas solo. Sintonicé Euskadi Irratia y los Apaolaza, Txomin Perurena y Artetxe estaban comentando la etapa del Tour. Me entretiene mucho escuchar sus explicaciones, son amenas, pedagógicas. A la media hora de salir de Donostia la etapa había terminado. A continuación –ya lo anunció Joxe Mari Apaolaza– se emitía un programa de media hora: Pedalkadak, entrevistas a corredores vascos famosos del pasado. En el turno de ayer el entrevistado era Marino Lejarreta. Fue una gozada escuchar de boca del Junco de Berriz sus peripecias como ciclista. La media hora de entrevista y carretera hasta Markina fueron como ver un sprint.

Sus primeros tours fueron un desastre, una desilusión. No acertaba. Hasta que cambió de estrategia. En adelante, Marino se pondría a la rueda de algún buen corredor, no de los favoritos a ganar la gran boucle, sino esos segundones que siempre son garantía. Su referencia era Mottet. Así, a base de chupar rueda, consiguió sus mejores clasificaciones.

Aparcar en Markina en fiestas no es tarea fácil salvo que te vayas casi hasta Bolibar. Lo dejé encima de la acera y, pitando al frontón. Más tarde, comentando con Euxebito (Etxebarria), sobre la posibilidad de que la grúa se hubiera llevado el coche, me tranquilizó. En tono serio, me dijo: Si tienes algún problema (con los munipas) me das un toque».

De reojo al pasar pude ver en el «Pitis» todavía gente de sobremesa. Las terrazas del Prado, en la zona del Toldope, estaban a reventar. La temperatura agradable, unos 25 grados, el tiempo soleado invitaba a todo menos a meterte en un recinto cerrado. Toda la zona verde estaba invadida de puestos de todo tipo en lo que parecía una selva de cacharrerías. Iba tarde y no era cuestión de ir al Tate a tomar café ni ponerme a ver el concurso de levantamiento de yunques que se celebraba en ese momento. Con el sonido de fondo de esos tochos metálicos mezclado con el del claxon de los autos de choque me dirigí al frontón y tras pasar por taquilla, 20 pesos, el portero de siempre, un tipo de bigote con pinta de no dejar pasar sin pagar ni a dios, cortó el ticket de entrada. En el descansillo que da a la zona de servicios, dos chavales se retrataban con Goikoetxea. Continúe escaleras arriba hasta toparme con un frontón rozando el lleno. Día del Carmen, día grande.

El primer partido a 30 tantos lo estaban jugando ya. Arbe e Irastorza iban chupando rueda a Erkiaga y a Urtasun. Dos a tres tantos por detrás, todavía quedaba mucha etapa. Irastorza, el pelotari seguro en el enceste, perdía alguna pelota que otra más debido, creo yo, a la escapada que cogían las pelotas en el frontis.

Decia Marino que el corredor va cogiendo oficio con el paso de los años. A este paso no se hasta dónde pueden llegar Arbe y Erkiaga. Con qué aplomo juegan. Parece que llevan diez Tours cada uno a sus espaldas. El de Lekeitio juega con un desparpajo que roza los límites. Remata a todos los lados y lo hace bien, pero lo hace tan a menudo que, en otros tiempos, la llamada a la oficina hubiera sido inevitable. «Caballero, haga usted el favor de jugar con más respeto» (conservador).
Verle rebotear de revés merece la pena dos días de camping en los Pirineos como esos aficionados que se acercan justo para ver pasar el pelotón.

En el primer partido no hubo rastro de corredores. Soy de la opinión, al menos me entra la duda, de que la ausencia de apuestas libera a los pelotaris de esa carga de responsabilidad. En otras palabras, el juego se ha «afrancesado». Juegan sin esa responsabilidad de llevar encima muchas traviesas. El apostador, el bajista sobre todo, la arma cuando ve atisbos de desgana o de arranque. Esos pitos, esa muestra de disconformidad, hace que el pelotari se lo piense dos veces antes de jugar con tanto desparpajo. López en el estelar, tiró dos costados, uno adentro y otro a dos, a la lona. Impensable hace tres décadas. La música de viento hubiera hecho presencia sin lugar a ningún género de dudas. Pero los tiempos han cambiado. En el ciclismo también. Antes de la época de Indurain, el objetivo de los corredores vascos era entrar entre los diez primeros. Ahora sin embargo, prefieren ganar una etapa y quedar en el puesto 50. Todo va cambiando.

Tenía curiosidad por ver jugar a Arbe. Tras verle jugar mi curiosidad ha aumentado. Me gustaría verle jugar en otro tipo de partido. Dando ventajas, contra veteranos aguerridos en mil batallas. No comete errores y a la mínima acaba el tanto. Fue un partido extraño. Los a la postre ganadores corrieron como lo hacía Marino, chupando rueda. Y en el sprint final se llevaron el partido.

Cuando vi a «Anquetil» con el uniforme de corredor, me llevé una alegría. A Mikel Berasaluze (ahora no recuerdo si el dos o tres palos de la dinastía) lo veía jugar de chaval en el Beotibar de Tolosa, infinidad de partidos, era un gana-partidos total. Recuerdo que le apodaban Anquetil por su parecido al gran ciclista francés. Cuando Berasaluze o Anquetil se colocó en el puesto de corredores su voz cantó colorado. El poco dinero dispuesto para la ocasión veía por los ojos de Goiko y de Hernández. Craso error. La cátedra en la Universidad se equivocó de lleno.

Minutos antes del comienzo del partido saludé al barrilete cósmico en que se nos ha convertido el Pelusa de Markina (Elorrio). Medio libro de Miguel Ángel Bilbao estábamos presentes en las gradas y entorno a la barra del bar donde el mayor de los Urízar, Urkidi y más voluntarios conseguían a duras penas saciar la sed de los presentes. Los no presentes estaban en las Filipinas, en Florida o México, o bajo tumba.

Otro histórico, Chiquito de Bolibar fue el encargado de decidir el saque inicial en el estelar. Menos mal que todo mundo allí conocía al Mago de Bolibar porque de lo contrario el público se hubiera preguntado: «quién carajo es ese que no hace más que sonreír». La megafonía del frontón se había ido de gaupasa y los cubatas se le habían enredado en la garganta.

Los chicos de Berde Produkzioak, tras el palizón y derroche de puesta de escena del viernes pasado, Residencia Calzada, estaban relajados, trago en mano, viendo pasar los ciclistas desde la cuneta.

Según Marino Lejarreta, la edad ideal del corredor está en los 29 años. Calculo que Hormaetxea andará por esa edad, uno arriba abajo. Me transmitió la sensación de estar ante un pelotari maduro, asentado, confiado en su juego. Atacaba al «Gran Capitán» con el desparpajo similar al de Aritz.

En sus mismas barbas le echaba a Goiko una a dos de derecha como de un costado al ancho por igual. Y acertaba. Quitando un par de saques falta que hizo, tuvo una buena actuación. Además, da la sensación de poder disputar la etapa todos los días por la facilidad con la que se mueve.

Hablando de los delanteros del pasado, apenas entraban al saque y cuando lo hacían, bajonazo a la zaga, eso lo comentaban Pepe Mugerza y Kakatza Mayor, a quienes ha tocado ver bastante jai alai a ambos lados del océano. Los modernos todos rematan y rebotean. Con qué desparpajo además. La pelota, la nuestra, la cesta punta, tal vez haya cambiado al igual al propio ciclismo.

López en la zaga me hacia recordar a Cassius Clay, cuando se ponía a lanzar golpes a larga distancia. O a Indurain. Poco a poco va martilleando a los contrarios y llega el punto, en esa fase crucial a partir del tanto o 25 que es cuando se juegan los duros, ayer los pocos que corrió Anquetil. Se va de los contrarios metiendo el plato grande. El Mariscal ayer hizo lo que hacia Churruca muchas veces, pasarse tres cuarto de partido apretando para irse en la fase final. López lo hace tan fácil que acaba por acostumbrarte mal y le pides más y más cuando el lo considera suficiente y le basta para llegar a 35. López pone en marcha la estrategia de Lejarreta cuando le conviene, pero al contrario que Marino, de repente se convierte en Indurain. Pega un arreón y deja atrás a Goiko y a su gregario: al «Duque».

Seis minutos de ventaja fueron los que les sacaron los colorados a los azules. Anquetil hizo de intermediario. El público que abarrotaba las cunetas lo pasó en grande. Día grande es el del Carmen en Markina-Xemein.

Acabó la etapa. La gente se dispersó. Unos hacia el bar de Mayito; otros hacia el Olaia de Pipertxu donde por un precio de menú del día te dan un menú de boda. Yo me dirigí hacia mi automóvil. Ni rastro de grúa ni denuncia. Qué alivio no tener que llamarle a Euxebito para que me sacara del hoyo.

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