Buscando a Annie Hall

Ocala (Florida) , 1977

Hubo un tiempo que estuve perdidamente enamorado de una chica llamada Annie Hall; sí. Ocurrió en el año 1977, hacia el otoño. El mismo año que recién gobernaba el país un demócrata llamado Jimmy Carter. Yo por aquel entonces estaba, tras finalizar la temporada de Tampa,  jugando en el Ocala Jai-Alai, en la Florida profunda, en el condado de Orange Lake, limitando con los de Alachua y Marion.
Pero no fue en Ocala donde yo conocí a Annie Hall, no; fue en Gainesville, un pueblo donde alquilábamos el apartamento ya que en la zona donde se ubicaba el frontón, en un punto intermedio a veinte minutos de Ocala y otro tanto de Gainesville, no había más que selva, ranchos, cabañas de pescadores y lagos con unos enormes caimanes y un calor insoportable; y mosquitos.

Gainesville era un pueblo tranquilo hasta el mes de septiembre cuando de pronto llegaban miles de estudiantes a estudiar a la Universidad de Florida, la tercera universidad más grande del país. Entonces, el pueblo fundado en honor al general Gaines –un militar que destacó por su lucha contra los indios Seminolas a quienes masacró– se convertía en un enorme campus universitario y los alquileres de los apartamentos se disparaban y las multas de tráfico también. En ese tiempo –cuatro años que había acabado la guerra del Vietnam– ya no había protestas estudiantiles ni se cantaban canciones protesta; no más allá de las de Neil Young. A mi me gustaba el ambiente universitario de jóvenes y más jóvenes con sus bicicletas, sus residencias de fraternities y sororities, los apartamentos poblados de juventud proveniente de todas partes del país, los parties de cerveza, música de Crosby, Stills and Nash y aroma a pod, a toneladas de «yerba» quemada que organizaban nuestros vecinos Billy y Tony, dos estudiantes de derecho; reminiscencias de los años sesenta.

En el frontón también se notaba la presencia de estudiantes, sobre todo los fines de semana que era cuando se llenaban las gradas. El resto de la semana los habituales en el frontón era gente de color, tipos simpáticos que nos ponían motes a todos los pelotaris. Así algunos me llamaban Big Zu, mientras para otros yo era : Too Tall Zu (en honor a un jugador de fútbol americano al que llamaban Too Tall Jones).

Pero a lo que iba. Yo a Annie Hall la conocí en el dowmtown de Gainesville, en el centro del pueblo. Fue en un salón más bien grande de un viejo edificio en cuya entrada había un bar, el Backstage, un lugar de moda donde acudían muchos estudiantes que lo llenaban casi todas las noches, por cierto, muy cerca de otro bar, el Talese´s, donde yo descubrí una música a la que llamaban jazz y una banda interpretaba en vivo unos temas deliciosos mientras yo me tomaba una Michelob; o dos.

Nada más verla me enamoró: su ancha sonrisa, sus facciones, sobre todo aquellos pómulos salientes bien marcados. Adivinaba unos ojos verdes tras unas gafas de sol redondeadas, su manera de vestir casual pero a la vez elegante con aquel chaleco, camisa blanca y corbata, unos pantalones blancos amplios de lino. Destilaba clase Annie para regalar, se apreciaba a primera vista y parecía tan culta, no sé lo qué no hubiera hecho por conocerla, para hablar con ella. Sin embargo, se pasó casi todo el tiempo discutiendo con un tipo bajito, calvo, de gafas de cristal grueso y montura de pasta, un hombrecillo al que llamaba Alvy y que parecía ser su pareja aunque a mi me costara entenderlo.

No se si hubiera tenido el suficiente valor para dirigirme a ella, a Annie. En aquel salón había una distancia entre los dos insalvable que me impedía hacerlo. Yo me limité a observarla, la oía hablar y lo más que podía hacer a mis veintiún años era soñar que una noche de aquellas me encontraría con ella en el Backstage y la podría invitar a tomar algo mientras le hablaba de Garcia Lorca o tal vez fuera mejor idea mencionarle Kerouac y Allan Ginsberg, dos tipos de la generación Beat que yo acababa de descubrir; seguro que molaba porque Annie parecía tan culta y lo era y yo me las tendría que arreglar para estar a su altura. Y quién sabe, a lo mejor yo con mi heavy accent le caía bien y ella le mandaba a freír espárragos a Alvy, al tipo bajito, calvo y con unas gafas horribles, mientras planeábamos irnos de vacaciones, los dos, los dos meses que tenía libres antes de empezar la nueva temporada de Tampa.

Hubiera sido maravilloso, lo que yo hubiera dado por verla sentada a mi derecha en el VW Camper de color verde aceituna que yo conducía, cruzar Miami sin detenernos siquiera, para atravesar los Cayos, desde Cayo Largo hasta Key West (Cayo Hueso) y pasear por sus calles. Tomar un trago en el Sloppy Joe´s mientras de un jukebox por cincuenta centavos suena el Mother, mother ocean, I hear you cry de Jimmy Buffet y comer langosta en el Ship´s&Wheel a orillas del mar para después tomarnos un Key Lime pie en Grace´s Café. Comprar dos billetes a cinco dólares por una travesía de dos horas en un velero de dos mástiles que te lleva dirección Cuba por unas aguas donde los delfines aparecen y desaparecen sobre la superficie del agua para saludarte, en unas aguas tan verdes como los ojos de Annie Hall.

Yo seguí insistiendo, volví todas las noches al Backstage con la esperanza de verla allí, tomándose un bloddy-mary con un grupo de amigos y soñar que de pronto alzaba la vista y me observaba, me sonreía y se dirigía hacia mi para preguntarme si era cierto que yo era uno de los jai alai players que vivía en tal y tal apartamento, en The Village en concreto y que ella al ser de Nueva York no conocía el jai alai y lo mucho que le gustaría ir un sábado por la noche al frontón y todas esas cosas.

Nunca ocurrió a pesar que yo seguí insistiendo cada noche. Terminaba la función y sin perder un segundo cogía a toda pastilla la Highway 441 dejando atrás el Ranch motel y el City Limit de un pueblo llamado Micanopy para llegar cuanto antes y disponer de más tiempo antes de que cerraran el bar. La buscaba con la mirada, me colocaba en un lugar estratégico al fondo del bar para poder tener un radio de división mejor; pero nunca más la llegué a verla.
El único vestigio que quedó de ella fue un rótulo enorme colocado encima de la entrada del Backstage donde se podía leer Annie Hall en letras grandes, tal vez obra probablemente de algún otro admirador. Mantuvieron el rótulo tres o cuatro semanas, las suficientes para poder seguir buscándola, infructuosamente. Se acabó la temporada de Ocala del 77 y yo, a Annie Hall; no la he vuelto a ver. Sospecho que se largó con Alvy.

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