Lo suyo fue un suspiro

Finalizó el partido en el frontón Carmelo Balda y me encontré en la salida con Jaime Zabaleta y su esposa Arantxa. Hicimos juntos el recorrido que lleva de la zona deportiva de Anoeta al centro de la ciudad.
Coincidí con Jaime en Barcelona el año 1973. Los dos jugábamos en el frontón Principal Palacio. No nos volvimos a ver hasta muchos años después, los dos habíamos dejado de jugar. Él mucho años antes que yo.
Le pregunté por su trayectoria mientras cruzábamos las calles. “Lo mío fue un suspiro”, me contestó.

Cuando contaba nueve años se pusieron a vivir en la Parte Vieja de Donostia. Pero hasta entonces anduvieron viviendo en Francia. Su padre, navarro de Leiza, era carpintero y con su equipo de construcción se movían de una ciudad a otra, en función del trabajo. Nimes, Paris, Marsella… así hasta que se asentaron y pusieron un bar, el Okela, en la calle Fermín Calbetón de San Sebastián.

En la Parte Vieja donostiarra conocía a los hermanos Oiarzabal, Justo (años más tarde pelotari en Miami y en Manila) y Ketxus. Fue este último quien le aleccionó en los primeros pasos con una cesta. Decidió que quería ser pelotari. Los estudios no le iban. Se bloqueaba. La pelota podía ser una salida.

Le hablaron del Beotibar de Tolosa. Un ex pelotari llamado Estanga ejercía de canchero. Estuvo un año yendo a Tolosa un par de veces a la semana. “Deberías de ir a Markina o a Gernika, le dijo Estanga.
Estuvo de patrona en Markina en casa de una viuda. Los viernes cogía el bus par ir a Elgoibar, de allí en tren a Donostia.

A los dos años se marchó a debutar a Barcelona, era el año 1973. Ibarluzea menor le acompañaba.
Se pusieron a vivir en una pensión junto al Museo de Cera. A los seis meses les echaron por ruidosos. Se mudaron justo a un piso debajo donde había otra pensión. Más tarde a Castelldefels.

Estando jugando en Barcelona le salió contrato para Melbourne (Florida). Entonces conoció el infierno. En Barcelona era de los más flojos del cuadro pero pasaba desapercibido. Se defendía.

En Melbourne no veía la pelota, se quedaba bloqueado de los nervios. Pensaron que sería un problema de vista. Le vio un oftalmólogo y le diagnosticó un enfisema ocular. Cinco diotrias y media en cada ojo. Empezó a jugar con lentillas pero nada. Seguía igual de bloqueado. “No veía la pelota”.
“Tenía que haber parado. Descansar y ensayar. Hasta recuperar la confianza. A los dos meses me llamó el intendente”. “Hemos llegado a la conclusión de que no estás bien”, le dijo.
Zabaleta se lo temía y entendió perfectamente.
“Aquí tienes un billete de avión abierto. Te puedes ir cuando quieras”, fueron las últimas palabras del intendente.

“Solíamos andar juntos el difunto Martija, Ibarluzea menor y yo. Martija cogió el teléfono y le llamó a Paco Aguiló, el gerente de Palma de Mallorca”.
“Que venga”, le contestó el mallorquín.

“En Palma me arreglaba decentemente. Había otros como yo. Iba poca gente al frontón y jugábamos quinielas y partidos”.

“Me enteré que hacían falta pelotaris en Milán (Italia). Hablé con el intendente, Martín, y conseguí el contrato”.

Al tercer mes de estancia Jaime acudió al consulado español y fue allí donde se enteró que había entrado en caja para hacer el servicio militar y le consideraban prófugo. Jaime no se había enterado.
Regresó a Donostia y se presentó en el cuartel de Loyola. Dio toda clase de explicaciones y les enseñó el contrato de trabajo. Le entendieron pero le pusieron una multa de 5.000 pesetas.

El soldado que redactaba el acta le dijo. “Estos ahora se van a cenar con esas 5.000 pesetas”.
Corría el año 1976, en España se celebraron las primeras elecciones democráticas después de Franco. Zabaleta hizo el campamento en Colmenar Viejo (Madrid). El resto de mili, nueve meses, en el cuartel del Pardo.

Acabó el servicio militar y lo tenía claro. Al taller de coches que había abierto su padre, de mecánico. Era consciente de que vista su trayectoria no podía jugar a aquello que más le gustaba.
“Yo ya vi que no tenía porvenir. Me duele no haber hecho algo más. Poder defenderme y decir: he jugado aquí y allí…
Me habría gustado haber sido pelotari”.

Se centró en el trabajo en el taller. Se casó con Arantxa: “una mujer maravillosa”. Tienen una hija y un nieto. Para julio esperan otro nieto.
En el salón de casa, colgado en la pared hay un cuadro del antiguo frontón Moderno de Donostia. A ambos lados, las dos últimas cestas que Jaime utilizó.

Jaime y Arantxa sacaron un abono para el Grand Slam de Donostia. No era raro verles tampoco por Gernika, en el pasado Winter Series. Tampoco se pierde una comida como la que celebramos los ex puntistas en Markina-Xemein cada año.

“Lo mío fue un suspiro”, me dijo al despedirnos.

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