Aramayo y Travolta

Son las seis de la tarde. Los pelotaris han sido convocados por la empresa para sacar la foto de temporada del cuadro. Falta una hora para que empiece la función del viernes. Estoy sentado  en The Grill, la cantina ubicada en el interior del casino, justo después del acceso al frontón. Huele a fast food; a fritanga. Varias personas esperan delante del mostrador a ser atendidas. En una mesa a mi izquierda dos mujeres de aspecto oriental dan cuenta de unas hamburguesas y french fries. Dos vasos de soda large size reposan sobre la mesa. Hablan en un idioma que no es el inglés.

Mientras tecleo, con el rabillo del ojo veo pasar a los clientes, de uno en uno la mayoría, dirigiéndose hacia un océano de máquinas y zambullirse en la  infinidad de máquinas tragaperras dispersas en un enorme salón arrebatado, hace unos años, a lo que era Dania Jai-Alai en su origen.

La luz ambiental es tan tenue que el colorido de las pantallas se convierte en una gama de colores parpadeantes, como un “mar de fueguitos” como diría el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Lo de la luz, el ambiente de penumbra, presumo que sirve como reclamo para atraer a los clientes como la luz fluorescente atrae a las moscas.

Me quedo mirando a los solitarios apostadores sentados delante de esos aparatos multicolores. Se oyen zumbidos, timbres que resuenan, sonido de campanillas y una música de fondo imposible de identificar. Me reprocho a mí mismo por sentir lástima por estos zonbis de las tragaperras y siento también que viene bien salir del balneario (Donostia), mi lugar de procedencia y comprobar que hay otro mundo, otras culturas.

Levanto la vista y en la pared de enfrente les tengo a Aramayo y a Travolta, siguen como los dejé el año pasado. Aramayo le mira a los ojos mientras le sujeta del hombro. ¿Qué se dijeron? le invitó Aramayo a un trago. «Oye John, después de la función vamos a echar unos tragos, ¿te vienes?Parece majo Travolta. Interesado por las explicaciones del jai-alai player.

¿Y si no existiera esa foto? la prueba documental, la evidencia. ¿Acaso hubiera podido Aramayo justificar que conoció a Travolta?No puedo decir lo mismo cuando casi me choco con Paul Newman en un juzgado de Fairfield (Ct.). No hubo foto, no tengo la prueba. Sin embargo, ocurrió. «¿Cómo está señor Newman?, le vi correr en Daytona, en las 24 horas, usted conducía un Porsche»…

Miro al reloj y deduzco que en estos momentos están posando los pelotaris del cuadro de Dania Jai-Alai para la foto de temporada. 22 pelotaris, en este caso, llamados a ser retratados para la posteridad. Llegará el día que alguien extraiga la foto de un cajón y la mire con una mezcla de curiosidad y nostalgia. Le servirá para recordar momentos, caras olvidadas. ¿Qué habrá sido de él? Fulano falleció… Mengano vive en tal y tan lugar.

¿Tendrán las fotos de hoy dentro de 20 o 30 años el valor que tenían hace no muchos años? ¿En esta era digital en la que hacer fotos se ha convertido en algo tan trivial?

Las fotos se toman para que quede constancia del momento porque a la postre todo cae en el olvido y a uno le pueden entrar dudas de haber vivido lo vivido. Es la prueba documental.

Todo es tan efímero y pasa tan rápido que hay que detenerlo. Congelarlo. Se habla de memoria fotográfica cuando alguien tiene la capacidad extraordinaria de recordar momentos que pasan desapercibidos a la mayoría. Pero la memoria es selectiva. Un recurso, un mecanismo de defensa para poder sobrevivir. Muchas veces basándonos en el autoengaño propio de la nostalgia.

A los veteranos nos pasa eso. Recordamos lo que inconscientemente queremos recordar porque de lo contrario lo vivido perdería su encanto y tendría mucho de amargo. Nadie quiere parientes pobres. Nadie quiere recuerdos desagradables.

Las fotos del cuadro tenían su valor. Refuerzan el sentimiento de pertenencia a un colectivo. Cada pelotari vive su propia historia y la suma crea aquello que se llama legado. Y ese legado hay que preservarlo, aunque sea a modo de fotografías.

Un entusiasta del jai-alai como es Jeff Gionfriddo me hablaba emocionadamente de la irreparable pérdida que supuso a raíz de la demolición del frontón de Fort Pierce, donde, como uno de los bastiones del jai-alai, se había acumulado mucha documentación del frontón de Tampa: programas, vídeos, cantidad de memorabilia que se fueron al traste casi por completo.

Vuelvo la mirada hacia Aramayo y Travolta. No sé qué pintan en este lugar. Siguen ahí posando en lo que en otros tiempos era un Palacio del jai-alai ahora reconvertido en un supermercado, una bacanal de luces de colores, timbres y campanillas…

Algún día le comentaré al de Ondarroa. «Oye Pablito, cuéntame sobre ese día con Travolta. ¿Cómo fue, qué te dijo?» Seguro que me da para otro artículo.

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