Y, por fin, 21 años después, el frontón Méjico reabrió sus puertas. Como en el cuento del lobo: «¡que viene el lobo, que viene el lobo»…! el lobo nunca llegaba hasta que llegó y respiramos aliviados.
Hacía falta, mucha falta. Y más desde que en el «88» colocamos quince cartuchos de dinamita en la línea de flotación del trasatlántico «Florida» y entre todos lo mandamos a pique. Puro naufragio, salvo dos botes a la deriva (Miami y Dania).
Aquello, lo que vino después, el cierre de frontones en un efecto dominó, señalaba el final de una época.
Refugiada la modalidad en Euskal Herria, en su matriz, a la espera de mejores tiempos. La apuesta como columna vertebral del negocio, el palo mayor que sujetaba el velámen, desaparecida. La moral por los suelos y la autoestima bajo mínimos. Llorando todos a ritmo de «Jai Alai Blues», con Miguel Angel Bilbao y su libro: «Cesta Punta: Los Profesionales de la Especialidad»… certificando un mundo, el profesional, que existió, en ciernes de desaparecer.
Ha bastado la apertura del Méjico Jai Alai para recuperar el ánimo, venirnos todos arriba. Amanece que no es poco.
La reapertura del frontón mejicano tiene varias connotaciones positivas. Revitalizar la especialidad, crear puestos de trabajo, ser noticia. Y, sobre todo, como valor simbólico, recuperar su vocación internacional. La cesta punta, su naturaleza, ha estado ligada a plazas fuera de su matriz. Madrid, Barcelona, Italia, Egipto, China, Filipinas, Cuba, USA y, cómo no: Méjico.
No es que el panorama del jai alai profesional haya cambiado radicalmente, pero, insisto, su reapertura tiene un fuerte contenido simbólico además de funcional. Es como si de pronto del astillero se botara un buque renovado y se echara a la mar.
El encargado del ritual de estrellar la botella de champagne, en este caso a modo de saque, la noche de la inauguración, no fue otro que Samuel Inclán, el mejor puntista mejicano de los últimos tiempos. Pelotari con el que coincidí en Bridgeport en las temporadas de los años 83 al 88. Pelotari de «primera especial», como diría Chiquito de Bolibar. Pelotari polémico como pocos, donde no ha dejado indiferente a nadie. Capaz de grandes hazañas que él mismo se encargaba de echarlas por la borda. Contradictorio y genial como pocos.
Tenía que ser Inclán y su saque metáfora de la historia del frontón Méjico. Lleno de grandeza y, porque no decirlo, de apartados oscuros. Si la cancha del frontón azteca hablara, si lo hicieran las paredes del vestuario, qué historias, las más alegres, las más tristes, dignas de las mejores plumas, el mejor de los documentales. Mientras, la noche avanza y alguien se encarga de rodar la película.
Ha vuelto a reabrir sus puertas y lo ha hecho con el formato de «toda la vida»: una buena plantilla de pelotaris y la apuesta como espina dorsal del negocio. Será suficiente, hasta cuando, me pregunto. Desde la distancia y la ignorancia, imagino un negocio polivalente, frontón, hotel, casino, diferentes eventos. Ahí si encaja el apartado del frontón, un complemeto más dentro de una oferta variada.
La temporada de cuatro meses puede parecer corta, insuficiente. Así me lo parece a mi también; ahora bien, más de cinco o seis meses de temporada al año sería contraproducente. Peligroso, me atrevería a decir.
La rutina cansa, un menú con pocas variaciones aburre. La gente quiere espectáculo, pero sobre todo demanda vivir experiencias únicas. Duelos semanales entre López e Irastorza pierden brillo y a la larga el interés decrece. Es como si Nadal y Federer se enfrentaran todas las semanas, no hace falta discurrir demasiado para saber cual sería el resultado.
En el caso de las temporadas largas, peor aún si se trata del año entero, los pelotaris entran en la zona de confort, los corredores, el público, elementos indeseables se entremezclan y el ambiente se enrarece, el espectáculo decae, el paso del tiempo desgasta y llega la decadencia. Se cierran ciclos.
Ha ocurrido en el pasado. Aprendan de él.
¿El mejor antídoto? Temporadas cortas, como la de cuatro meses anunciada en el Jai Alai mejicano. No alarguen demasiado la temporada, no pretendan morir de éxito porque la mejor victoria es mantenerse por muchos años. Ocurría en los frontones de Florida hasta que en los setentas llegó la proletarización más salvaje del jai alai con las temporadas anuales. Mejor que el público quede con hambre que no saciados y no sepan valorar el espectáculo.
Que sean temporadas cortas con torneos potentes, trasvase de figuras de Dania y Miami enfrentándose a las figuras de Méjico. Nada original, ocurrió en el pasado cuando los primeros espadas de La Habana acudían a la capital azteca y viceversa.
De todas las maneras, felicitémonos por la reapertura del Méjico Jai Alai. Y sobre todo felicitar a los que han hecho posible que en el histórico recinto resuene el chasquido de la pelota.
Un último deseo: que la buena gestión acompañe a la suerte.