Bukowski vivía enfrente

Andaba curioseando en la biblioteca municipal en busca de una novela de autor norteamericano cuando cayó en mis manos una cuya contra portada me dejó de piedra. Venía la foto del escritor y al verlo, me quedé helado. «Pero, si yo a éste le conozco; si es el “Ogro”.

Fue la temporada del año 76, en Tampa (Florida). Conseguimos alquilar una casa, la típica americana con su jardín delantero; cerca de MacDill, la base aérea militar más importante del Golfo de México. La calle era la Chapin St. perpendicular a Dale Mabry Avenue, a escasos minutos del frontón. Un cul de sac, una calle que moría un par de casas más allá de la nuestra. Fue una suerte alquilarla, para cinco meses y siendo como éramos, jóvenes, solteros y gamberros; normalmente no te la alquilaba nadie.

Esa temporada Ramón (Lujanbio) se operó de la espalda en Euskadi y vivimos juntos Sebastian (Arruabarrena) de Astigarraga; , Joakin (Alkorta) de Motriko y yo. La primera mañana nos arrepentimos de haber alquilado aquella casa. Muy temprano, al amanecer, cuando llevábamos escasas horas acostados, un estruendo nos hizo levantar de la cama pensando en un terremoto, algún accidente aéreo o algo por el estilo. Fue, más bien lo segundo: un “incidente” aéreo que se repetía todas las mañanas.

La base aérea de MacDill, entonces al menos, era el principal aeropuerto militar norteamericano del Golfo de México, encargado de velar la defensa del país. Todas las mañanas, sin excepción, los ruidosos cazas, los “Phantom”, despegaban de la base y pasaban rozando nuestro tejado en sus incursiones rutinarias. Un desastre, vamos.

Al tercer día ya podían pasar todos los escuadrones del país y de la OTAN en formación y llevarse el tejado porque nosotros tres dormíamos como ceporros. Lo que es tener veinte años y, encima, llevar una vida de pelotari.

Sí, lo recuerdo perfectamente, vivía justo frente a nuestra casa. Nos llamó la atención, conducía un Cadillac modelo Lincoln Continental, un coche enorme, destartalado de color negro, como el que tenía el “Caballo” (Almorza), el modelo que usaba el detective Cannon en una serie de televisión; una antigualla, un auténtico cancarro. Además, el tipo llamaba la atención por su fealdad, la cara llena de bultos y unas gafas oscuras puestas siempre. Daba miedo. Enseguida le pusimos como mote el “ Ogro”, tendría unos sesenta años; para nosotros un anciano.

Le caímos bien al “Ogro”, debía de gustarle tener unos vecinos jóvenes y bulliciosos. Cuando organizábamos un party (fiesta), el tipo se nos quedaba mirando desde el porche de su casa como esperando a que lo invitáramos. Fue el año que yo me compré aquella motocicleta de segunda mano, una Honda 750 Four, cuatro cilindros, un peligro de máquina. Una locura para alguien como yo que jamás había conducido una moto; lo que es tener 20 años.

Andaba yo una mañana intentando familiarizarme con aquel trasto de dos ruedas cuando se me acercó, nunca nos habíamos dirigido la palabra. En un español bastante decente, entendible al menos, sonriendo, me dijo: “Tienes más valor que “El Cordobés” (famoso torero en aquella época). No le faltaba razón.

Ese fue nuestro primer contacto. Le invité a tomar un trago. “Si puedes ponerme un vodka doble con tónica, y una pizca de lima”…

“Lima no tengo”, le dije.

“Escucha, si esta noche quieres dormir en tu cama, más vale que me consigas lima. Sin excusas, amigo, si no quieres tener problemas de respiración”.

Me asusté, menos mal que en ese momento apareció Sebastián recién levantado de la cama, en canzoncillos y rascándose los huevos, justo en el momento que “Ogro” rompía a carcajadas.

“I was just kidding with your roommate”, (bromeaba con tu amigo), dirigiéndose al de Astigarraga.

Se tomó un par de vodkas -sin lima- en un abrir y cerrar de ojos. Lo que me temía… soplaba más que Big Al (Almorza)… Nos contó en una mezcla de español e inglés, que procedía de la zona de Los Angeles; había venido a Tampa a visitar a su hija y a buscar al Gorrión Rojo (?) eso es lo que le entendí, aunque mi inglés era muy pobre. Se dedicaba a escribir pero ni se me pasó por la cabeza que con aquella pinta de alcohólico fuera un escritor profesional; famoso seguro que no. De todas formas, si llega a ser un premio Nobel, Kerouac o incluso Truman Capote, hubiera pasado desapercibido ante nuestros ojos; nosotros íbamos a lo que íbamos, a nuestra bola.

Aparte de agarrar buenas cogorzas había algo especial en el “Ogro” porque cada dos por tres le visitaba gente variopinta, mujeres muchas de ellas, auténticas “urraconas” buscando guerra. Montába en en cólera a menudo y mandaba a la mierda a la mayoría de sus visitantes, un auténtico cascarrabias

Un mediodía llamaron a nuestra puerta; abrió Sebas. Eran dos tipos con aspecto de gorilas, sombrero y gabardina, algo raro en la Florida. Uno de ellos, el grandote, parecía un armario de lo ancho que era. Preguntaban por alguien de apellido ruso.

“Hemen gauza onik etziok”, (aquí huele a chamusquina) nos dijo Sebastián, que se manejaba bien con el inglés

Cinco minutos después, la escena en la casa de enfrente, en el porche del “Ogro”. Empezaron a discutir y, de buenas a primeras, el “Ogro” le metió un puñetazo en el estómago a uno de ellos, al que parecía un armario. Acto seguido nuestro vecino sacó un 45 y puso el revólver en la frente del otro gorila. No tardaron los dos esbirros en largarse chirriando las ruedas de un Pontiac Lemans. El “Ogro” les gritaba : ¡»Ask the dust»…! (pregúntarle al polvo). Nosotros no entendíamos nada, ni Sebas; qué coño íbamos a entender

Los domingos por la mañana, después de dormir todas las horas del mundo íbamos Sebastián y yo en moto a la playa de Clearwater, yo con mi casco reglamentario y Sebas, a falta de uno, se ponía una cacerola; sí, un puchero en la cabeza, y allí íbamos felices a darnos un chapuzón en aquella maravilla de playa

Lo que es tener veinte años.

Lo que le gustaba al “Ogro” era el sople y las carreras de caballos –llevaba siempre encima un programa de las carreras– y las mujeres, claro. No era de extrañar que cada vez que pasábamos por la esquina de Dale Mabry con Gandi, en el parking del Lamas, un bar al que acudía gente veterana, allí estaba el viejo Cadillac, el de Bukowski y el de Big Al (Almorza) también; no fallaban, eran asiduos. El jai-alai, que lo conocía de Tijuana, no le iba, lo suyo eran lo caballos y en cuanto recibía un cheque de su editor iba corriendo a Sarasota; al hipódromo, a jugarse los cuartos. Eso nos contó.

No me extraña que cuando nos visitó Guillermo Amutxastegi -gran figura, una leyenda del jai alai– hubiera química entre ellos, estaban los dos hechos de la misma pasta .

Aquel año fue el que vinieron de Miami Otxoa (de Etxebarria) y “Papardo” Iriondo a reforzar el cuadro para un par de meses; se alojaron en nuestra casa. Las tertulias se intensificaron, donde estaba Papardo había salsa; un conversador infatigable. Había dos cosas que más temía en ese tiempo. La primera, una sobremesa con «Papardo» después de cenar hablándonos de Ondarroa arriba, Ondarroa abajo, su vara de medir; y, la otra, ir tres días seguidos al “fresco” en el frontón (sin hacer ni primero ni segundo ni tercero en las quinielas

Iriondo era íntimo amigo de Guillermo, en Miami le alojaba en su casa y siendo como eran los dos ondarreses, había entre ellos una relación paterno-filial; Juan Mari lo trataba como a un padre. Así que esa temporada le invitó a Guillermo a pasar una semana a Tampa, a nuestra casa. Guillermo tenía 66 años pero con él nos pasaba lo que con el “Ogro”: nos parecía alguien muy mayor. Nuestro trato con Guillermo fue de lo más normal, como se trataba a un ex pelotari de los muchos que visitaban la casa y eran tratado sin distinciones, uno más al margen de su categoría en el pasado, como si siguieran en activo. Porque esa es otra, los ex artistas siguen pensando que todavía están en activo, el reloj parado en el tiempo. Las mismas conversaciones, la misma guilladera presente, los mismos tragos y las miradas furtivas a las chicas que traía Joakin porque Sebas y yo no nos comíamos un rosco.

“Axkanio”, así me llamaba Sebas, “Hoy también; por mansos al corral”

Fue la temporada que logré ser el máximo ganador de quinielas, 110 ganadas (lo tenía que soltar). Sí, en el plano deportivo una gran temporada. Por delante de Bolibar (qué guilladera la mia). Ése

año “El Mono” llegó un par de semanas más tarde por enfermedad y corrió en desventaja. El «most wins» fue mi mayor logro deportivo junto a aquella Copa en Dax (Francia) ese mismo verano, en un torneo a partido único en el que “Letxuga” Elorrio y yo les ganamos por los pelos a Exeba y a Sebastián.

Guillermo y “Ogro” congeniaron, pura química entre ellos. No se de qué hablaban pero hicieron buenas migas, largas sobremesas y más largos los tragos después de cenar y cuando hasta «Papardo» se retiraba agotado, allí se quedaban los dos viejetes conversando y soplando hasta el amanecer. Pura casta, dos tipos de otra galaxia.

Se acabó la temporada del 76. Algunos se fueron a jugar a Ocala. Sebastian y yo nos vinimos a Euskadi a jugar con la empresa de los hermanos Piedra. Lo hicimos en barco, Etxeba y Azkarate nos acompañaban, primeramente viajamos a Connecticut, a Hartford y a Bridgeport, dos frontones que se abrieron ese año. Después, al cabo de unos días, en los muelles de Manhattan los cuatro embarcamos en el buque Queen Elizabeth II destino Cherbourg (Francia).

Al “Ogro”, a Charles Bukowski, no le volví a ver hasta hace unos días, esta vez en la contraportada de “Pulp”, una de sus novelas. Ni me acordaba de él. Ahora he sabido que Bukowski fue autor de numerosos libros, poemas, novelas etc. Considerado el padre de un movimiento que los literatos llaman dirty realism (realismo sucio). Un icono a nivel mundial.

Quién nos lo iba a decir a nosotros por aquel entonces, la temporada del año 76, en Chapin St, Tampa. Claro, nosotros, los pelotaris, íbamos a lo que íbamos, a nuestra bola en la Gran Aventura del Jai Alai a ritmo de «Blues».

PD. Dedicado a Begoña del Teso, auténtica dama del cine sometida al embrujo de la Gran Aventura del Jai Alai a ritmo de «Blues».

 

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