¿Chimela?

Estimado Bandini, el cielo se ve gris y sopla el viento del sur con fuerza inusitada, a veces con tanta que las ráfagas de aire que penetran por la ventana agitan las hojas de las revistas de las estanterías de la biblioteca municipal, lugar del que te escribo. Igual es que al virus le ha dado por atacar a la cultura, o peor aún, que Trump anda tan desbocado que su ira ha llegado hasta este rincón del planeta.

Todo está tan revuelto en el mundo en el que vivimos, más ahora con esto de la pandemia que nos asola. Desde mañana cierran bares y restaurantes, se amplia el toque de queda aquí en el Basque country. Revuelto está tu País, Bandini. Las noticias que nos llegan, las que nos cuentan los informadores que se han desplazado para informar de las elecciones, transmiten incertidumbre, perplejidad por lo que está pasando en el recuento de votos. Ahí en Los Angeles (California) donde tú vives, mayoría demócrata, la situación no tendrá nada que ver con la que nos trasmiten las imágenes. Mejor para ti, Bandini, que podrás continuar escribiendo tu novela..

Cambiando de tema. Hoy me he encontrado casualmente con un periodista al que no veía en años. En su día, este reportero escribía sobre pelota, de ahí mi relación con el plumilla. Aprovechando que hoy, como te he contado, cierran los bares, nos hemos tomado un café juntos mientras comentábamos la situación que vive el mundo de la pelota, en sus diferentes especialidades.

Así, cuando llevábamos un rato charlando, de buenas a primeras me ha preguntado quién ha sido el mejor puntista que yo haya conocido. Imagínate, Bandini, que te pregunten quién crees que ha sido el mejor beisbolista en tu opinión. Tal vez en tu caso, un amante del béisbol, alguien que iba para profesional sino llega a ser por una maldita lesión de codo, lo tengas más fácil. Más imparcial. Pero, ¿en mi caso? Tú sabes la de compañeros con los que he compartido cancha, horas de vestuario y otras tantas fuera del frontón? Menudo dilema.

Cómo valoras un pelotari. Si se trata de un delantero, o de un zaguero. La época que le ha tocado exhibir su juego, jugando quinielas en las Américas o bien partidos en las plazas tradicionales. La pregunta me ha pillado a contrapié, como cuando no sabes si ir a bote-corrido o dar unos pasos hacia atrás. Me he quedado mudo, pensativo.
No se de donde, ni por qué me ha salido un nombre. Una voz ajena, proveniente del interior como si no fuera la mía, ha pronunciado un nombre: “Chimela”.

El periodista se me ha quedado mirando, parecía desconcertado. A lo mejor esperaba otro nombre. Orbea I, Pistón o Guillermo. Churruca, Larrañaga, Ondarrés o Egurbide. O bien Chiquito de Bolibar o Uriarte. Y por qué no Goikoetxea o López…
Chimela, ha tenido que ser Chimela. Ahí ha quedado la cosa.

Tras despedirme, de regreso a casa, le he pedido cuentas a mi voz interior. “De donde has sacado esa majadería de Chimela, un gran pelotari sin lugar a dudas, pero que empañó el final de su carrera” (al jugar como esquirol en la huelga del 88).
“Qué me dices de Churruca”, le comento. “Aquella elegancia, la cesta-punta convertida en ballet en la que sólo faltaba la música de fondo y en lugar de una cancha, el escenario en un teatro de postín”.
“Y Ondarrés, que me dices de él, un pelotari sin puntos débiles, un compendio de virtudes, una lección en cada gesto, una bendición para el espectador”. Chiquito de Bolibar y su magia, el prestidigitador, capaz de trabajar el tanto y fabricar la jugada más inverosímil en el momento más inesperado, que dio ventajas de escándalo… “Katxin” Uriarte, otro fuera de serie, el contrapunto y adversario más temible del mago de Bolíbar, figura precoz que ejerció su maestría durante toda su carrera hasta retirarse dando ventajas de enero a diciembre”.

Probablemente Chimela no fue nunca el número uno de su generación. No fue un pelotari, que digamos completo. Imposible serlo con una postura de derecha más propia de un discapacitado que de una figura del deporte de la cesta curvada –imagino que algo similar le ocurriría al legendario “Guillermo”( Amutxastegi). Solía contar el entrañable Angelito Ugarte, que Guillermo tampoco tenía una derecha buena, más bien nula.

Le he pedido explicaciones a mi voz interior. Esto es lo que me ha contado, mi querido Bandini. Te lo voy a resumir.
El jai-alai si por algo ha destacado es por su espectacularidad. La rapidez del juego, la velocidad de la pelota, el amplio abanico de jugadas desde diferentes posiciones y en las posturas más acrobáticas. Y sobre todo, sus saltos. Encaramarse por la pared izquierda, dando dos pasos, y en un alarde de facultades desafiando a la física, devolver la pelota en un gesto limpio y armonioso, para continuar la disputa del tanto… (¡”Música maestro”! solía pedir un espectador en el Palace de Barcelona cada vez que se repetía el espectáculo).

Chimela fue una fuerza de la naturaleza en estado salvaje. Dejando a un lado sus saltos, nadie como él. Sus embestidas con el revés, en lugar de esperar a la llegada de la pelota como es habitual, tomaba carrerilla como los toros en la plaza e iba a por la pelota como si del capote del torero se tratara. ¡Qué escena tan bella!
Como no podía ser de otra manera, para poder codearse con el “Sultán” (Churruca) y con otros tantos grandes de la zaga, tenía que tener un arma mortífera, la tenía, disponía de un cañón en su revés. Sus tarascadas, su juego basado en el ataque incansable sin escatimar esfuerzos, unos tiros que rara vez rebasaban el medio frontis, aquellas líneas que fulminaban la chula a una velocidad endiablada… Por lo que cuentan, el que fuera gran periodista Secades, o Pedro Mir, Guillermo también era de ese estilo de pelotari revesista, echado hacia adelante, invasor del terreno perteneciente al delantero. Ambos creadores de espectáculo, en lo que ha consistido el jai-alai, lo que ha provocado su éxito en cualquier parte del planeta.
Me decía mi voz interior, Bandini, que mira que se han sacado fotografías de diferentes tomas, en cualquier lance del juego. Ninguna como la que aparece Chimela encestando de derecha después de haber dado dos pasos por la pared izquierda, mientras “Minuto” Uriarte permanece acurrucado. Hacía falta algo especial, las dotes de un atleta excepcional unido a algo que llamamos naturalidad, un don reservado para los elegidos.

En su grandeza de joven indómito e inmaduro cuando regresaba de Miami y se negaba a jugar partidos en Durango y en Gernika, seguramente por su inseguridad, por el miedo a hacer el ridículo. En su madurez, cuando después del plante del 68 tuvo que jugar infinidad de partidos en el “Norte” y en invierno en Barcelona. ¡Qué maravilla verle jugar cuando estaba fresco!

No sería el mejor, el que más ventajas daba, no tendría las mejores estadísticas, en una encuesta a pie de cancha, en las gradas, en los periódicos, dudo que el público en general se decantara por el de Tolosa (Gipuzkoa). Pero en cuanto a espectacularidad, dejando a un lado el color de las apuestas, si nos atenemos a ese factor que ha atraído a masas de gentes a los frontones, ha sido gracias a gente como Chimela. Yo no he conocido a nadie como él.

Hubo otro pelotari que contribuyó a engrandecer la modalidad, otro puntista que tampoco fue el mejor en ninguno de los frontones donde jugó, pero sí dejó huella, me refiero a Gerrika o “Gerni”. El de Ajangiz (Bizkaia) era, dejando a un lado a Bolibar, el que más público tenía en el frontón de Tampa y en Ocala. De bastante menos estatura que Chimela, Gerrika era otra fuerza de la naturaleza. Su juego se basaba en jugar al límite, tanto con la derecha como con el revés. No conocía otra estrategia que la del ataque. Pura explosión. No había tanto que dejara indiferente al público. Mientras disputaba el tanto como cuando reaccionaba tras perderlo, el show no acababa hasta que desaparecía en la “jaula”. La semblanza de este personaje, mi querido Bandini, merece un capitulo aparte.

No se qué impresión te habré causado con mi opinión, mejor dicho, con la de mi voz interior. No se si en el béisbol puedes encontrar analogías. Es un deporte el tuyo con el nunca me interesé durante mis años en Florida y en Connecticut, lo cual no quiero decir que carezca de espectacularidad. Verle a “Babe” Ruth, a Joe DiMaggio o a Mike Mantle arrear un batazo y mandarlo por encima de las gradas tendrá su punto, amén de otras jugadas que pasan inadvertidas a los no entendidos.
Un abrazo, Bandini, uno virtual, hasta que no cambie la situación y nos podamos abrazar de verdad en Los Angeles o en Donostia. Y, no lo olvides, tenme al tanto de tu última novela.
JIZ

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