Nuevas revelaciones en el caso Café-Cloty

Nos habíamos citado en Casa Vergara. Haríamos una ronda de pinchos y después iríamos a Café-Cloty para interrogar a la dueña. Desde que Garro pidió el traslado de Amoroto a Donostia, hacía tres meses, a la comisaría de Gros en concreto, no había mañana que no hiciera el mismo recorrido: Casa Vergara, Hidalgo, Senra… una docena de pinchos, media de txakolís y se iba a echar la siesta a la comisaría. Y, de paso, a reflexionar sobre el caso que tuviera entre manos.

“Garrito”, le dije. “Te tienes que cuidar. Tienes el azúcar por las nubes, 30 o 40 kilos de sobrepeso. Si sigues así, cualquier día nos das un disgusto”.
“Iñaxio, la comida me puede. Desde Zaragoza no había disfrutado tanto. Ni en Yakarta, ni en Florida…¿Te acuerdas en Zaragoza? El día de Santa Cobranza, cuando nos íbamos a la parte vieja, al “Tubo”; los festines que nos dábamos en el Tobajas o en Casa Emilio. ¡qué cocido!…¡qué escalopes! ¡cordero al chilindrón! ¡manitas de cerdo!… Lo jodido era que después teníamos que pasarnos el resto del mes comiendo en la pensión Asteasu: verduritas al vapor, arroz blanco, pescado congelado y de vez en cuando un filete más tieso que la pata de Jabalí (Santos Pradera, el intendente del frontón). Y encima jugando 17 o 18 partidos al mes”.

Garro estaba de un humor de perros. La tasa de 500 contaminados por cada 100.000 habitantes por el virus en Donostia había provocado el cierre de de la hostelería. “¡Vete a saber hasta cuándo!”
“Te va a venir bien perder unos kilitos”, le contesté. Me lanzó una mirada asesina. La gente caminaba cabizbaja por Berminghan, Gran Vía y San Francisco, los bares cerrados a cal y canto, las terrazas cerradas. La única opción era pedir un triste café para llevar y correr a ocupar un asiento en uno de los bancos. Llegamos a la altura de Café-Cloty, una cola de unas diez personas esperaba a ser atendida. Al ser panadería-cafetería, Cloty vendía también café para llevar.
Nos abrimos paso y, tras saludar a Cloty, nos sentamos junto a una de las mesitas. La dueña no paraba de servir panes y sobre todo, cafés. Nos iba a costar interrogar a Cloty. Mientras esperábamos que la fila disminuyera, me vino a la mente la frase escrita en el programa de Dania Jai-Alai que había sustraído de aquel mismo lugar.
“Oye, Garrito, te comenté que en el almanaque que me llevé venía una frase escrita a bolígrafo que decía: Quosque Tándem Abuttere Zenón Patientia Nostra”. Metí mi mano derecha en el bolsillo izquierdo de mi abrigo y extraje el almanaque, se lo puse encima de la mesa. El inspector estaba garabateando su librito de notas. Dejó de garabatear, lo cogió entre sus manazas y empezó a hojear la revista. Fue pasando hoja tras hoja hasta dar con la frase. Le llevó unos segundos en contestar.
“No lo tengo nada claro. Sí que la frase en cuestión era un mensaje, una amenaza velada, dirigida a Zenón, que días después apareció brutalmente asesinado en este mismo lugar”. “Y qué significa la frase”, le interrumpo.
“Se puede entender como: ¿Hasta cuándo, Zenón, abusarás de nuestra paciencia?”
“Es decir”, le digo haciéndome el espabilado, “que Zenón vivía amenazado y el programa de Dania Jai-Alai alguien lo habían dejado aposta para que Zenón lo leyera”.
Garro permaneció callado, pensativo. De pronto, rompió su silencio. Reflexionando en voz alta. “Tenemos al destinatario de la misiva, Zenón, fuera de combate. Sabemos que el finado era un hombre muy apreciado en el barrio. También sabemos que ocultaba su pasado, el de pelotari en China, Manila y La Habana, donde se vio envuelto en escándalo tras escándalo. Sin embargo, disfrutaba de un dulce retiro a orillas de la Zurriola… Curioso”.
“¿El doctor Jeckyll y Mister Hyde?”, insinúo. “¿Pero quién colocó el programa en la repisa junto a los libros?”…
Garro no parece escuchar mi comentario. Permanece callado, ensimismado.

Levanta la mirada y la dirige a Cloty. La avalancha de publico ha disminuido. La dueña se mueve inquieta detrás de la barra, limpia la vajilla y se le cae una taza que se rompe en pedacitos. A pesar de la mascarilla un tic nervioso asoma en la mejilla derecha.
“Cloty”, es la voz firme del inspector. “Toma asiento, no será más que unos minutos, unas pocas preguntas”. Se acerca limpiándose las manos con una servilleta, un pedazos de cerámica le ha provocado un pequeño corte. Un hilo se sangre recorre la palma de su mano. “No es nada, un pequeña herida. Gajes del oficio”, nos dice.
“Así es, Cloty, nada que ver con la sangre de hace dos días”, le suelta de sopetón el inspector. Aunque lleve la mascarilla puesta uno puede ver cómo palidece.
“¿Has visto algo raro los últimos días previos al asesinato de Zenón?”
Tartamudeando, “No, no… raro, raro, no… este es un… barrio muy concurrido. En los últimos tiempos ha habido un búm, la nueva playa, el paseo de la Zurriola… eso se nota, incluso en una cafetería como la mía donde entra todo tipo de gente, muy rara a veces, aunque uno pueda pensar que solo entran viejecitas a tomarse el café con leche de las cinco de la tarde”.
Siento lástima por Cloty, me cayó bien desde el primer momento. Su figura esbelta, su pelo color azabache, la voz dulce. Verla ahora inmiscuida en un caso de asesinato, la sangre en la palma de su mano izquierda no deja de sangrar; extraigo un pañuelo de papel de un paquete y se lo ofrezco. Me da las gracias con los ojos.
Garro escucha y garabatea, gotas de sudor recorren su frente, el cráneo pulcramente rasurado, a lo Koyak, brilla como un bola de billar.

“Háblame de la gente con la que se reunía Zenón”, la pregunta es tajante, dando a entender que no quería andarse con monsergas, que fuera al grano en definitiva.

Cloty dio un respingo. “Hace un mes, aproximadamente, se juntó en esa mesa al fondo con cuatro tipos siniestros. Uno de ellos, tenía bastante parecido con Zenón, rechoncho, de ojos rojos, barba negra y boina. Los otros tres se dirigían a él más que con respeto, con miedo. Me llamó la atención la forma de vestir, trajeados pero horteras, fuera de moda, como de otra época y de otro lugar. Dos de ellos llevaban sombrero y en lugar de corbata, eso lazos como los que llevan los vaqueros en las películas del oeste. El acento tampoco era de aquí. El de uno, un mulato grandote, parecía cubano. Discutieron. Zenón se levantó bruscamente y, de pronto, haciendo un giro de muñeca en el pomo de su bastón, desenvainó una espada. Apuntó a uno de ellos, al que parecía un Olentzero, y, seguido, le puso la punta del pincho en la garganta: “¡Largaos de aquí, buitres, del barrio, tú y tus esbirros miserables! fuera de sus casillas. Fue un momento horrible, de tal tensión que las viejecitas que tomaban su café con leche se asustaron y salieron corriendo a empellones; al igual que los matones. Menos Olentzero que se marchó lentamente, con gestos estudiados, fulminando a Zenón con la mirada.”.

Cloty continúo con su declaración. “Zenón después de ese día no volvió a ser el mismo. El poeta alegre, dicharachero… nada que ver. Se le veía hundido.

Con el rabillo del ojo vi cómo el inspector dibujaba en una servilleta unos buitres revoloteando sobre unos tejados. Justo en ese momentos sonó el teléfono móvil del inspector. “¡Aló!”… se levantó y se alejó unos pasos, escuchó sin decir palabra, sus ojos puestos en la dueña de la cafetería. Al cabo de varios minutos se volvió a sentar. Tenía el semblante serio.
“Era el informe de palística. El arma homicida no fue una pala-corta ni una cesta-punta”. Hizo un silencio y después de varios segundos que se me antojaron una eternidad, continúo. “Lo mataron con una raqueta de frontón”. Al oír esto último, Cloty bajó la cabeza.
“Una última pregunta, de momento”, clavando su mirada en Cloty. “¿Se puede saber por qué nos has ocultado tu pasado de raquetista profesional en el frontón Madrid y más tarde en el Habana-Madrid de La Habana?”

Salimos de la cafetería. Lo primero que hice fue preguntarle si iba a detener a Cloty. Me respondió que no. “Lo que vamos a hacer es, antes de volver a comisaría, pasar por el Ezkurra, pedir una ensaladilla rusa para llevar y, después, por un japonés que han abierto en Carquizano, el sushi que preparan es de muerte”.
En un acto reflejo, eché mano a mi bolsillo izquierdo del abrigo. Faltaba el almanaque de Dania Jai-Alai
(To be continued. Continuará, así lo espero, si la trama no se complica demasiado y me convierto en víctima también)

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