Magaña en Tijuana: se acerca el final

Después del suceso en el frontón México, pusieron tierra de por medio y aterrizaron en Tijuana. Magaña y Turrillas estuvieron conviviendo con los pelotaris un par de meses.

“¿Por qué apretó el gatillo Turrillas?”, le pregunto al inspector Garret.

“La cosa no está nada clara. El periodista de Cancha era un tipo muy, muy especial. Había hecho la guerra en España. Ya sabes de su rocambolesca huida a México. Turrillas como miles de vascos y españoles republicanos que perdieron la guerra tuvo que buscarse la vida. Un superviviente en toda regla. Desengañado con los nacionalistas, con los republicanos, los aliados y, sobre todo, con el gobierno norteamericano que les dejó tirados cuando se aliaron con Franco para contrarrestar la fuerza del comunismo. Esta gente quedó marcada de por vida.
Turrillas, dejando a un lado que era un nacionalista radical, un independentista, creía en la justicia social. Le repateaba el ver cómo trataba López Cossidó a sus empleados, las humillaciones a las que les sometía, sobre todo con los pelotaris más humildes. Le sacaba de quicio de que no soltara un peso para costear la revista que se dedicaba en exclusiva a promocionar el jai-alai. Y, para mas inri, no podía soportar que el dueño le hubiera levantado una chamaca con la que estaba saliendo, la dueña de una taquería situada frente al frontón. Deduzco, pues, que fue una mezcla de justicia social y crimen pasional lo que le hizo disparar contra el poderoso empresario”.

“¿Qué tal les fue en Tijuana?”

“Se pegaron la gran vida. Alternaban con los pelotaris a cuenta de estos. Hasta que tuvieron un golpe de suerte. En cierta ocasión estaban tomando unos tragos en el Txiki-Jai con Angelito Ugarte, Pistón II, Alberrro, los hermanos Gárate y algunos más. Aparecieron varios beisbolista del equipo San Diego Padres. Venían a Tijuana a apostar en el frontón como lo hacían cientos de norteamericanos cada noche. Después de varios tragos se calentaron los ánimos y empezaron a discutir quién era capaz de lanzar la pelota más lejos, si un pelotari con su cesta o un beisbolista con el bate. El gerente del frontón, que conocía la experiencia de años atrás, les animó a apostar todos los ahorros que tenían y más.
El desafió se llevó a cabo en San Diego, en el estadio de los San Diego Padres abarrotado de gente.
Los pelotaris fueron capaces de lanzar la pelota mucho más lejos que los fornidos bateadores. Se llevaron 4.000 y 5.000 dólares de media, la apuesta no tenía “madre”.
Magaña y Turrillas se gastaron todo el dinero en comidas y bebidas.

Cuando se quedaron sin blanca Magaña decidió irse a Florida, a Dania, donde le esperaba Iñaki Pradera. No olvides que dos maletas con joyas y con billetes de 100 dólares estaban bajo su custodia.
Aprovechando que un pelotari de Andoain, Eguibar, más conocido como “Mickey Mouse”, por su baja estatura, su forma de caminar y su nariz prominente— regresaba a Miami, decidieron hacer el viaje juntos por carretera. Eguibar no destacó por su juego sino por lo simpático que resultaba, se ganaba al público con sus gestos y sus cabriolas.
Atravesando el interminable estado de Texas, se les averió el coche a una hora en la que el tráfico era escaso. No paraba ningún coche y a “Mickey Mouse” se le ocurrió echar una cabezada. En una de estas, paró un coche, una pareja de ancianos. Magaña les explicó lo que les pasaba y cómo se dirigían a Florida, a jugar a jai-alai. Los ancianos en cuanto escucharon “jai-alai”…
“¡Ohhh…! Mickey Mouse”…!
Eguibar, amodorrado dentro del coche, escuchó a los ancianos y salió del vehículo de un salto.
En cuanto lo vieron…
“¡Ohhh, my god!… it’s him. Mickey Mouse”.
No podían dar crédito a que delante de sus ojos tuvieran al célebre pelotari del Miami Jai-Alai.
La pareja que vivía en los alrededores e invernaba en Miami, les acogió en su casa hasta que pudieron arreglar la avería y continuar el viaje hacia Florida.

Una vez en Dania, Magaña jugó unas semanas, pero como su estado físico después de tantos meses de inactividad no era el idóneo, el intendente, Salsamendi, le convenció de que se pusiera de juez.
Fue en el transcurso de esa temporada en la que el astuto Magaña, con la complicidad de Iñaki Pradera, planearon el retorno a casa, a Donosti, Gros, al país de Zurriola, a su orígenes.
Lo peliagudo era cómo introducir en Euskadi la fortuna amasada en años de contrabando, asociaciones ilegales, negocios turbios”.

“Garrito”, le digo con la sonrisa en los labios.
“Me da la impresión de que tu investigación está llegando a su fin. De que lo tienes todo atado y bien atado”.
Me mira con una sonrisa picarona.
“Iñaxio, vámonos al “Vergara”, es la hora de comer y me ha entrado el hambre. Te lo cuento todo en los postres”.
Nos levantamos de la terraza del “Senra”. Soplaba el viento del sur con fuerza. Mal día para hacer surf, pensé; o no, porque vayas a la hora que vayas, siempre está la playa de la Zurriola llena de surfistas. Estos sí que son perseverantes. Casi tanto como el inspector Garret.

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